jueves, 17 de marzo de 2016

En el hotel


Llega al hotel, se abre la puerta, ve dos personas, un hombre y una mujer de mediana edad, junto al mostrador de recepción. La encargada de atender las entradas le ha visto y le ha reconocido, y sonríe disimuladamente. Luis siempre tuvo gran atractivo para las mujeres, su carácter serio pero no desagradable, su comportamiento educado y atento, lleno de pequeños pero importantes detalles, y su típica belleza masculina, que lo hacían difícil de evitar a una dama.
Terminada su labor de atención a los anteriores clientes,  la recepcionista habla con él, con Luis, comentan los encantos de la ciudad. Él le dice como ha ocupado la tarde y su paseo vespertino junto al mar hasta bien entrada la noche. Pregunta a la mujer, que se llama Nuria, qué le puede aconsejar para mañana por la mañana, y le responde:

- Los mercados, vaya a los mercados. Están llenos de vida y de infinidad de cosas para ver y probar. Los tiene de todos los tipos y están unos cerca de otros, próximos o junto a la playa. Yo misma iré mañana por allí.

A él le parece muy buena idea y escucha sus explicaciones. Le dice que sí, que los visitará: el de flores, el de productos artesanales, el municipal, con su enorme variedad de productos, y a primera hora también la lonja, para ver el mercado de pescado.
Se desean buenas noches, toma las llaves y sube a la habitación. Esta es cómoda, de tonos suaves, agradables a la vista, muy bien conjuntada. Se sienta sobre la cama, tan amplia, y mira hacia la ventana, que está orientada hacia el mar. Se levanta, mira, puede ver allí en el fondo como las olas se van aproximando hacia la tierra. La naturaleza no se detiene, no hay noche ni día sin actividad, sin fenómenos que poder contemplar. Pasa un largo rato observando con tranquilidad. Le vuelve a venir a la memoria María, su hija que se fue, sonríe, la ve, la recuerda. Qué fugaz se muestra la vida, lo que ayer estaba hoy ya no. Se entristece al pensarlo y comprender que las cosas nunca volverán a ser iguales.

lunes, 7 de marzo de 2016

Repensando la vida


Llegaba ya el anochecer y él seguía contemplando como las olas con suavidad y constancia llegaban a la playa. La luminosidad del horizonte menguaba, mostrando un fondo de azules y grises tras el día nublado. A él, a Luis, le gustaba estar contemplando largos ratos, con serenidad, sin prisa alguna, los grandes fenómenos que cada día nos ofrece la naturaleza y a los que tan poco atentos y tan poco agradecidos somos prácticamente todos. Era una época en que si algo no tenía, era apremio por llegar a ninguna parte deprisa, ya había vivido lo suficiente, lo bueno y también lo malo, para entender que la urgencia, el correr de acá para allá de forma más o menos alocada, no conducía finalmente a lograr algo en verdad mejor o que valiese realmente la pena. Puede que hacer esto en su momento tuviese su sentido, aunque siempre más el sentido pensado que el propiamente real; pero ahora, con la madurez y con los duros roces y arañazos que a veces se producen en la vida, las cosas las veía diferentes, más en su medida y su lugar. Luis, a sus cuarentaiséis años, había perdido recientemente en un accidente de tráfico  a su mujer y  a su hija de seis años. Pese a tal golpe, no se derrumbó, aunque sí dejó el tren y modo de vida que llevaba. Cambió profundamente su forma de entender su tiempo y su visión de su mundo y del mundo. Los acontecimientos trágicos muestran a menudo lo relativa y muchas veces la superficial concepción que tenemos de lo que nos rodea, alterando, normalmente a mejor, nuestra lista de prioridades y atenciones. El comprender que no iba a volver a ver a esos dos seres tan queridos, tan especialmente queridos, marcó ya para siempre el pensamiento y el comportamiento  de Luis.
Así pasó largo rato tras la puesta del sol, ya bien entrada la noche, cuando ya una leve brisa comenzaba a soplar de la tierra a la mar, meciendo su cabello y enfriando sus mejillas. Estaba con la mirada fija, relajado, contemplando los brillos de las luces de la bahía en la superficie marina; y recordando momentos de agradable compañía en medio de ese marco de calma y silencio. Veía la cara de su hija, María, sonriente, juguetona, llena de gracia y de vida, como tantas veces en el parque, en el jardín, en la montaña, en la cocina, en el comedor, en la habitación... Un sonido de pasos lo despertó de su pensamiento, era una pareja que venía por el mirador, pasaron junto a él, le miraron, siguieron caminando, charlando. Él los contempló como se alejaban, juntos, hablando; le recordaban a los años en que estuvo con su mujer, Carmen, cuando ellos mismos tiempo atrás hacían esos paseos y mantenían esas conversaciones, con todo el tiempo para los dos. El tiempo pasa pero la vida sigue, nuevas parejas, nuevas vidas, nuevas ilusiones, mientras otras se apagan y dejan de existir. Es lo estremecedor y lo grandioso de la vida, que ocurre a la vez y no quiere ni puede detenerse. Es entonces, cuando te toca verlo como espectador pasivo, cuando se aprecia y se comprende la importancia de saber vivir el presente, porque no volverá, porque todos tenemos nuestro tiempo y debemos hacer lo que podamos por aprovecharlo de la mejor manera posible. El tiempo, sí el tiempo, aporta estas enseñanzas, que precisamente no se valoran cuando es su momento para vivirlas.
Dejando sus pensamientos se dirigió al hotel por la calle adoquinada. Comenzaba a llover y se reflejaban los brillos en las piedras. Caminaba sobre ellas con un ritmo sosegado y continuo. En el ambiente había cierta melancolía.

Notas:
Fuente de la foto:
 http://vientomediterraneo.blogspot.com.es/2010_07_01_archive.html