miércoles, 9 de enero de 2019

La fugacidad de la vida (PS. 22.12.23)

Muerte del alpinista Rubén Darío Alva (guía, en la foto), Adrián San Juán Pello, Sergi Porteros Perelló y Gerard Borrull Regal, en los Andes el 6 de enero, cuando este año daba su comienzo.

Transcurrimos nuestros días en  quehaceres y preocupaciones cotidianas, a menudo  en asuntos bastante banales. No pensamos que esta existencia no tiene una continuidad garantizada y así, de repente, nos sorprende y quiebra el fallecimiento de alguien en un accidente en la carretera, en el trabajo, en la alta montaña... Y no estábamos preparados para ello. Podíamos haber sido nosotros mismos, lo que nos hace recapacitar sobre la fragilidad, sobre la fugacidad de la vida. Perdemos tantas veces nuestro tiempo en cosas tan vacías cuando tuvimos oportunidad de llenarlo y enriquecerlo, viviéndolo verdaderamente; sin embargo, no lo hicimos.
 Somos como nubes que bellas en colores y formas un día emergieron, pero luego se desvanecierion y desaparecieron. 
No es fácil vivir con la pérdida repentina e inesperada de alguien querido, no es algo que se pueda imaginar hasta que lo sufres. Porque sabemos que ya no podremos compartir una charla, una mirada, una ilusión, porque no lo volveremos a ver, no nos cruzaremos de nuevo, ni hoy ni mañana ni dentro de años, no habrá una nueva oportunidad. Tantos y tantos se fueron y no volvimos a saber nada de ellos.
Vivamos cada momento, sabiendo conscientemente que cuando seamos nosotros los que la abandonemos, seguirán las cosas, pero esta vez sin nuestra presencia.
La tragedia y la grandeza de la vida al mismo tiempo.

PS:
Sobre la fugacidad y la falta de certezas en la vida. De Séneca:

El siguiente párrafo pertenece a la Consolación a Marcia. Veamos:

Sea lo que sea, Marcia, lo que por casualidad brilla a nuestro alrededor, hijos, dignidades, riquezas, amplios atrios y vestíbulos rebosantes de la multitud de clientes que no hemos podido recibir, (un nombre) ilustre, una esposa noble o bella, y lo demás expuesto a una suerte incierta y variable, son pompas que otros nos han dejado: nada de esto se da de regalo. La escena se embellece con objetos prestados y retomables a sus dueños: unos se devolverán el primer día, otros el segundo, pocos permanecerán hasta el final. Así pues, no hay por qué envanecerse, como si estuviéramos situados entre posesiones nuestras: las hemos recibido en depósito. Nuestro es el usufructo, por un tiempo que regula el autor de la donación; nos conviene tener a punto lo que nos dieron hasta una fecha imprecisa y devolverlo sin quejas cuando nos citen: es de pésimo deudor organizar un escándalo a su acreedor. Luego a todos los nuestros, tanto los que por razón de su nacimiento deseamos que nos sobrevivan, como los que tienen el justísimo deseo de precedemos, debemos amarlos tal como si no se nos hubiera prometido nada sobre su perpetuidad, mejor dicho, nada sobre su longevidad. A menudo hay que recordar al espíritu que ame las cosas tal como si fueran a desaparecer, mejor dicho, como ya desapareciendo. Todo cuanto la suerte te ha dado poséelo como algo carente de garantía. Apoderaos al vuelo de las satisfacciones que os proporcionen los hijos, dejad que a su vez disfruten de vosotros y apurad sin tardanza todas las alegrías: nada hay prometido sobre la noche de hoy; aun he dado un plazo demasiado largo: nada sobre la hora presente. Hay que apresurarse, nos van pisando los talones: pronto se separará esta compañía, pronto estos vínculos se desharán levantando gran revuelo. Todo es pura rapiña: vosotros, desdichados, no sabéis vivir en plena fuga.

El consejo de Séneca para aceptar la fugacidad de la vida