jueves, 9 de junio de 2016

Nuestros sentimientos y nuestras acciones: hoy, ayer, mañana


Como nos lo describe Charles Dickens en su Hisoria de dos ciudades, este, como aquel y el que vendrá, era el mejor de los tiempos y el peor, y cualquier tiempo pasado no fue ni peor ni mejor, dejémoslo en que pudo haber sido algo diferente. Era, y añado yo, y es, la edad de la sabiduría y la de la tontería; la época de la fe y la época de la incredulidad; la estación de la Luz y la de las Tinieblas; y, cómo no, la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación: todo se nos ofrecía como nuestro y no teníamos absolutamente nada; íbamos todos derechos al cielo, pero nos precipitamos en el infierno.
Y en este pequeño desastre cotidiano estamos, donde impera más la oscuridad, la sordidez y el desaliento, que las luces, la ilusión y las buenas intenciones. Estas últimas siempre especie poco abundante, que cuando se muestran  son motivo serio de esperanza y de gozo. Valen, y me quedo bien corto en la valoración, su peso en oro. Apreciémoslas en su justa medida, entendiendo y sabiendo que las buenas intenciones deben ir acompañadas de un buen conocimiento de la situación, de saber realmente lo que se hace y obrar así con justicia. Pues el desconocimiento, el no entendimiento, precipitan el valor de la buena intención hacia un pozo de barbarie, creyendo y justificando que se hace el bien cuando sea está haciendo el mal.

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